jueves, 24 de junio de 2010

La nit de Sant Joan



Unas de las cosas que caracterizan la noche de San Juan es su magia. Cuando era niño la sentía así pues en Barcelona se celebraba de una manera especial. Cuando me vine a Lucena a vivir, ni siquiera sabían que esa noche se preparaban fogatas para que la gente se reuniera a su alrededor a contemplar la iluminación del fuego al crepitar de las brasas. En L’Hospitalet aprovechábamos aquella noche para desprendernos de todos los artículos innecesarios que rondaban en nuestro hogar que fueran combustibles para apilarlos en un rincón que se amontonaba en cada calle preparados para su nocturno fulgor. A las doce de la noche se prendía la pila de cosas desechadas y todos los críos que por allí rondábamos aprovechábamos el fuego para encender una hoja previamente enrollada que nos servía como mecha para nuestros cohetes y petardos, iniciando una orquestina de pequeños truenos aquí y allá.

Hablando de magia, me ha venido a la cabeza una mujer que conocí en El Ferrol durante los dos meses que pasé allí en la mili haciendo un cursillo para ascender a cabo segunda de marinería que aseguraba ser una meiga. Era una mujer de edad avanzada, vestida de riguroso luto, con una rebeca pese a ser verano, pañuelo en la cabeza, su característica verruga en la nariz y se ganaba la vida leyendo las líneas de las manos a los marineros por la voluntad, como ella decía. Yo, que soy de naturaleza escéptica, siempre me mantuve reacio a que me leyera la mano, pero un día todo borracho accedí a ello. Hasta ahora no ha acertado ni una, pues dijo que iba a tener un solo hijo y tengo dos, que me iba a casar con la novia de toda la vida y que sería mi mujer para siempre y me he casado dos veces y divorciado las dos, que tendría un puesto de trabajo fijo y soy pensionista con 38 años. Mis creencias no son por falta de fe, sino por exceso de ella.

Hoy me ha leído la cartilla la psicóloga de la asociación. Y he de admitir que todo lo que me ha dicho es verdad. En resumidas cuentas, que soy una persona que no acepto la ayuda de los demás y que me he construido una fortaleza inexpugnable a mi alrededor por la que no dejo pasar a nadie y tiene toda la razón. No es que no acepte consejos de nadie, no creo que se trate de eso, es que lo que me dicen lo sé de sobra, y aunque me tildan de inteligente, soy la persona más imbécil del mundo, pues he tropezado no dos veces, si no un millar de veces en la misma piedra. Por supuesto que errar es de humanos, pero lo mío no es eso, lo mío es atreverme a desafiar constantemente las leyes de la física elemental. Tengo asumidos de sobra todos los consejos que se me puedan dar en el plano cívico. No hay ni uno solo que me sorprenda porque son muchos años de terapia en los que me han dicho por activa y pasiva que o no hacer. Ojo, no estoy elevando una queja. Simplemente estoy reseñando que ya no me sorprende nada, pues esta vida me enseñó un día que los hijos de puta son todos aquellos que de alguna manera me hicieron daño y por desgracia no hay lista de la compra lo suficientemente grande para colocarlos a todos.

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