domingo, 26 de septiembre de 2010

Rabia


Subo hasta la puerta del jardín, un pequeño
cantero de piedra cavado a ras
de tierra, contra el huerto suburbano,
que permanece allí desde los días de Mameli,
con sus pinos, sus rosas, sus verduras.
Alrededor, detrás de este paraíso de campesina
tranquilidad, aparecen
las fachadas amarillas de los rascacielos
fascistas, de los últimos talleres:
y debajo, más allá de las grandes losas de vidrio,
hay un cobertizo, sepulcral. Dormita
al bello sol, un poco frío, el gran huerto
con la casita en medio, del ochocientos,
simple, donde murió Mameli
y un mirlo cantando trama sus amores.

Este mi pobre jardín, todo
de piedra… Pero he comprado una adelfa
-nuevo orgullo de mi madre-
y macetas de todo tipo de flores,
y hasta un frailecito de madera, un angelito
obediente y rosado, un poco pícaro,
que encontré en Porta Portese, buscando
muebles para la nueva casa. Colores,
pocos, la estación es tan acerba: oros
ligeros de luz, y verdes, todos los verdes…
Sólo un poco de rojo, torvo y espléndido,
semiescondido, amargo, sin alegría:
una rosa. Pende humilde
en el ramo adolescente, como en una rendija,
resto tímido de un paraíso en pedazos…

De cerca, es todavía más modesta, parece
una pobre cosa indefensa, y desnuda
una pura actitud
de la naturaleza, que se encuentra al aire, al sol,
viva, pero de una vida que la ilusiona,
y la humilla, que la hace casi avergonzarse
de ser tan ruda
en su extrema ternura de flor.
Me acerco más aún, siento su olor…
¡Ah, gritar es poco, y es poco callar:
nada puede expresar una existencia entera!
Renuncio a cada acto… Sé solamente
que en esta rosa me quedo a respirar,
en un solo mísero instante,
el olor de mi vida: el olor de mi madre…

¿Por qué no reacciono, por qué no tiemblo
de alegría, o gozo de una angustia pura?
¿Por qué no sé reconocer
este antiguo nudo de mi existencia?
Lo sé: porque en mí ya está encerrado el demonio
de la rabia. Un pequeño, sordo, oscuro
sentimiento que me intoxica:
agotamiento, dicen, febril impaciencia
de los nervios: pero no está ya libre la conciencia.
El dolor que me aparta poco a poco de mí,
si yo apenas me abandono,
se libera, se revuelve por sí solo,
me late desordenado en las sienes,
me llena el corazón de pus,
ya no soy dueño de mi tiempo…

Nada hubiera podido vencerme, antes.
Estaba cerrado sobre mi vida como en el vientre
materno, en este ardiente
olor de humilde rosa mojada.
Pero luchaba por salir, allá en la provincia
campesina, poeta veinteañero; siempre, siempre
sufriendo desesperadamente,
desesperadamente gozando… La lucha terminó
con la victoria. Mi existencia privada
ya no está encerrada entre los pétalos de una rosa,
…una casa, una madre, una angustiosa pasión.
Es pública. Pero hasta el mundo que me era desconocido
se me ha aproximado, familiar,
se ha hecho conocer y poco a poco
se me ha impuesto, necesario, brutal.

No puedo ahora fingir que no lo sé:
o que no sé cómo me solicita.
Qué especie de amor
se da en esta relación, que pactos infames.
No quema una llama en este infierno
de aridez, y este árido furor
que impide a mi corazón
reaccionar ante un perfume, es un resto
de la pasión… Casi en los cuarenta años
me encuentro en la rabia, como un joven
que de sí sólo sabe que es nuevo,
y se encarniza contra el mundo viejo.
Y como un joven, sin piedad
o pudor, no escondo
este mi estado: no tendré paz jamás.

Pier Paolo Pasolini   

3 comentarios:

  1. No importa la edad, para sentir rabia de reconocerse a sí mismo en un estado de constante lamento por lo perdido o lo que no hemos tenido. Hay que matar el pasado para vivir el presente, hay que beber de las bocas prohibidas para dejar de tener esa sed que todo lo absorbe. Bebe, amigo mío, bebe pronto de esa boca para que encuentres la paz que tanto necesitas. Besos.

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  2. Sinceramente, Lisset, me encuentro en tal estado que ni sé que contestarte. Perdona esta franqueza, pero no estoy pasando un buen momento.

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