domingo, 28 de noviembre de 2010

Vida de alguien



Cuando yo era enano mi padre vendió a mi madre
por barra libre en el mesón donde solía emborracharse.
Crecí junto a un borracho que minuto si y otro también
me daba palizas simplemente por haber nacido fruto de
un engaño pues mi madre pinchaba los condones y  así
me engendró. Nací siendo delincuente nato, descuartizaba
palomas y violaba gatos, destripaba perros y guillotinaba
patos. Mi ansia de muerte crecía y un solo nombre
se me aparecía por gesto violento, mas calmaba mis ganas
despuntando calvas a punta de navaja. Mi padre seguía
a lo suyo y yo a lo mío, robaba y capaba mientras él cagaba.

Los urbanos me seguían y yo me meaba en sus coches patrulla.
Cuando la noche era más cerrada, más me apretaba el impulso
de matar a todos y cada uno que me encontraba, asía
con fuerza el ansia y vomitaba las ganas pues me quedaba
el pulso para asesinar a quien compuso esta serenata.

Los confines del alma guardan oscuros escondites para
apaciguar la gracia. Sólo podía ser malo y en esas
me encontraba mientras me rajaba los brazos por no
desflorar a un grupo de ancianas. Mi hambre era mucha y
mi tormento carne de convento ya que la simiente que echó
mi padre tendría que estar envenenada pues su fruto
estaba descompuesto en su alma. Mi sed de venganza
me viciaba y ciego andaba en cueros por noches llenas de
ánimas muertas en vida. Necesitaba calmar mi sangre
pero hervía mi estiércol por no sentirme querido por nadie
en un mundo donde dicen que el amor es fecundo.

Mi estómago no aguantaba más mi bilis y decidí poner fin
al elemento de la tabla periódica de mi sufrimiento. Cogí
con fuerza el cuchillo más grande que encontré en la cocina,
con la madrugada en bragas me personé en la alcoba
donde los ecos de etílicos ronquidos quebraban el silencio
y en el margen de la oscuridad, sin ver ni ser visto, palpé
su oronda panza y clavé mi quejido con toda mi estampa.
La sangre corría y los gritos auxilio pedían, pero con
toque de espada torera clavé 25 ensartes por muerte sensata.
Esperé la llegada del día y con aplomo, llamé a la policía.

Antonio Jiménez

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